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¿Qué demonios hago aquí subiendo una montaña?

Todos los que hemos practicado el montañismo nos hemos sentido fracasados cuando no hemos logrado llegar a la cima. Ya sea por falta de forma física o porque "la misma montaña no ha querido". Sea como sea, las inquietudes de la montaña no nos afectan pero cuando se trata de nuestra forma física y mental nos sentimos fracasados. La mayoría de montañeros vivirá una vida de triunfos y fracasos y ya sea dicho, los que no son montañeros, sino la gente que lucha por su trabajo vivirá exactamente igual esta balanza entre el triunfo y el fracaso.

 

El verdadero triunfo lo hemos conseguido aquellos a los que no nos ha importado la cima o hemos perdido el interés por ella. Perder el interés por la meta, por el objetivo. Disfrutar del camino y llegar a un estado de embriaguez ya sea por el cansancio o porque nuestro espíritu llega a un punto de satisfacción en cualquier parada del camino y se sienta a observar. Es el camino del artesano, del artista y no el de la competición. Es el camino de la calidad y no de la cantidad, es el camino del hombre civilizado y no del bárbaro.

La repercusión de tener en cuenta la forma de hacer y no el propósito puede tener tal magnitud que podría cambiar el mundo entero. Tristemente, el mundo no cambia, seguimos pensando en la meta sin cesar y los sistemas políticos, independientemente de su ideología, contagian este sentimiento de llegar a la cima sobre cualquier cosa.

 

Volviendo a la montaña, me gustaría citar el intento que hizo el ejército chino para lograr conquistar el monte Everest cuando todavía no había llegado nadie a su cima. Envió cientos de soldados para ser los primeros, ese día el dios Everest dijo que nadie subiría a su cabeza. El resultado fue de 400 soldados congelados.

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