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¡Agua!

Supongo que el lector podrá escandalizarse en mi afán de enseñar, a un grupo de media docena de adolescentes del centro social, que estaban escondidos en la sala de informática y haciendo de todo menos sus labores que a la voz de ¡Agua! debían dirigir su cabeza hacia el monitor, colocar las manos sobre el teclado, guardar silencio y hacer ver que estaban trabajando.

La voz de ¡Agua! era habitual antes de formar en el ejército, durante mi servicio militar ¡obligatorio!. Al acercarse un sargento o un mando, alguien pronunciaba la palabra mágica y todo el mundo se quedaba callado y quieto.

Bien, esta nueva palabra mágica para mis alumnos, no tendría demasiado sentido sin las tres coincidencias del destino que tuvieron lugar ese día de inverno.

Todo empezó el día anterior, cuando la psicóloga dio una clase magistral enseñando como debían distribuir su tiempo los alumnos. Durante las explicaciones me di cuenta que la psicóloga, que siempre escribía bien en la pizarra, se torcía exageradamente hacia abajo en cada línea. Su ritmo hablando era muy fluido, como si supiese perfectamente lo que estaba diciendo y sin pausas. Al menos eso era lo que parecía porque cuando terminó nadie había entendido nada, ni los alumnos, ni el resto de profesores ni yo mismo. Todos nos miramos con una cara de sorpresa. Algo así como leer un párrafo de "La totalidad y el orden implicado" de David Bohm, libro que no aconsejaría a nadie comprarlo pero que si alguien tiene la oportunidad de encontrarlo en una biblioteca, debería hacer la prueba de abrirlo, por cualquier página y leer algún párrafo.

Al llegar a casa comenté, medio en broma, que la psicóloga se había tomado alguna especie de droga extraña.

Llegó el famoso día y lo primero que me encuentro es que la psicóloga "no había asistido a su trabajo porque estaba de baja". Entonces me vino a la mente el día anterior y mi comentario sobre las drogas. Sin preverlo, se me ocurrió comprar una gabardina de piel negra, como el Nexus de Blade Runner y tener un cambio de imagen.

A los pocos minutos entra una alumna, con una gabardina de piel negra como la que había previsto adquirir. Casualidades de la vida que llegaron a su fin en la sala de informática.

Como he comentado al principio de este relato, real para variar, les estaba diciendo a los alumnos que a la voz de "agua" debían disimular y hacer ver que estaban trabajando. Uno de ellos no escuchó bien la palabra mágica a lo que me preguntó algo así como "¿cuando digas qué?". Repetí la palabra mágica levantando un poco más la voz. ¡Agua!.

Al decirlo, explotó el desagüe de la cisterna de un lavabo y se inundó la escuela.

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