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Jugando con la muerte

Me gusta practicar lo que algunos llaman "deportes de riesgo". En especial la escalada y pisar el acelerador. A menudo, a los que somos como yo nos dicen que "jugamos con la muerte". Ni yo ni a las personas a las que nos apasiona este tipo de labores tenemos la sensación de ir directos a la muerte. Confiamos en nuestra capacidad para rozar la luz e incluso en ocasiones la hemos visto y en ocasiones, por mala suerte, algunas la han visto. No se trata de un juego sino de una pasión que hace que te sientas vivo. Con prudencia y con técnica, un deporte de riesgo no tiene más riesgo que el que podría tener cruzar un semáforo en rojo.

 

Sobre ello, lo que me llama la atención, son algunos individuos, especialmente algunos profesores y educadores, que ponen de ejemplo su pasión de riesgo para exponer situaciones en las que ellos mismos se muestran como sabios y expertos de la vida con un punto de vista que está varios peldaños por encima del resto de personas. El riesgo es una pasión individual, para superarnos a nosotros mismos y no una filosofía para hacer entender cosas a otras personas.

La verdadera sensación intensa no es cuando jugamos con la muerte sino cuando la muerte juega con nosotros y para estas situaciones no hace falta practicar un deporte de riesgo. Las encontramos constantemente en los hospitales. Es cuando la muerte se te acerca y uno no tiene freno para pararla, no tiene cuerda donde sujetarse y ha perdido todos los paracaídas. Entonces nos encomendamos en manos del destino, de la suerte o de la ciencia. Realmente, lo que te cambia y te hace más fuerte es cuando la muerte juega contigo y sales vivo de ello. En caso contrario, simplemente mueres.

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